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      La restauración del significado primigenio sagrado de la poesía



      La  belleza  de  un  poema  u  obra  de  arte  no  depende,  como  es
      evidente,  de  la  “belleza”  del  tema  que  trate.  Es  perfectamente
      posible  y  lícito  hallar  belleza  en  la  descripción  de  lo  diabólico,
      grotesco,  monstruoso  e  irregular.  Pero  el  poeta  moderno  es

      arrastrado por la fascinación del mundo grotesco y diabólico que
      describe. Y llega incluso a idealizar lo inferior y a otorgar visos de
      heroicidad  a  un  criminal.  Es  indudable  que  Platón  habría
      desaprobado a muchos “poetas” y “artistas” modernos.

      Como dice Santo Tomás: Nos deleita el conocimiento de lo horrible,
      pero no nos deleitan las cosas horribles por sí mismas.[6]

      El poeta moderno tiende a identificarse con la anormalidad. Rimbaud

      recomienda el “afeamiento operativo del alma” y denomina a su
      libro Una estación en el infierno: Horribles páginas del diario de mi
      maldición, ofrendadas al demonio.

      Según  dice  Friedrich: Detrás  de  la  consciencia  de  haber  sido
      condenado, se oculta el deseo de disfrutar la maldición.


      Es  evidente  que  la  actitud  del  poeta  moderno  se  opone  a  la
      aseveración de Santo Tomás.

      La lírica moderna separa belleza y conocimiento y crea así un tipo
      ilusorio de “belleza” que se agota en su intención estética efectista.
      La verdadera belleza es la expresión de la perfección cognoscitiva.
      Como  la  estética  moderna  desconoce  la  transcendencia  y  la

      sabiduría espiritual, se orienta, consciente o inconscientemente, en la
      dirección opuesta, y cae en el terreno de lo demoníaco y satánico.
      Rimbaud, al igual que los” surrealistas”, se identifica con el lema que
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