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intento de crear una poesía independiente del simbolismo sagrado y
de la inspiración sagrada ha fracasado. EL carácter extremadamente
efímero de la poesía moderna es un signo evidente de decadencia.
La modernidad trajo consigo la ruptura de la poesía con las pautas
del simbolismo espiritual; es posible prever que, después del apogeo
de la poesía profana, sobrevenga el anhelo de retornar al simbolismo
espiritual y a la inspiración sagrada, que es lo único que puede
otorgar a la obra poética permanente valor cognoscitivo y belleza.
El simbolismo espiritual al que no referimos aquí aparece en los
textos sagrados, como por ejemplo en la Biblia, el Corán, el I
Ching, el Tao-Te-King, el Rig-Veda, el Bhagavad Gita,
los Upanishads, los textos budistas, sufís, cabalísticos y masónicos. A
pesar de la variedad formal con que el simbolismo sagrado se
manifiesta en las diversas tradiciones, este simbolismo es
perfectamente coherente y unitario en sus elementos
fundamentales. Esto es así porque las diferentes formas del
simbolismo espiritual tienen su origen común en el mismo principio
metafísico y universal. Así, verbi gratia, el corazón es el símbolo del
centro espiritual supremo del ser humano, tanto en la tradición hindú
como en la cristiana.
El arte y la poesía medieval aspiraban a “dar forma”, “encarnar”,
“representar” o “corporizar” una idea. Este es el procedimiento
genuino y normal del simbolismo. El arte y la poesía modernos, en
cambio procuran “idealizar” lo percibido. Según la doctrina medieval
de la belleza, para la creación de una obra de arte son necesarias dos
fases: primero la contemplación interior o meditación, segundo la
operación, mediante la cual se plasma la idea. El poeta moderno