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Palabras para un lector poco atento
Este territorio está desflecado. Sin reflexión seria, vivimos en un
contubernio. Poco a poco se fue deshilachando, como si nada. La
gente sonreía, se iba de vacaciones, se casaba, se enamoraba,
tomaba la comunión, concurría a los bailes de carnaval, al fútbol, al
cine. Existían los prostíbulos, la marihuana y los pedófilos. Pero se
jugaba al don Pirulero. Cada día de manera más grosera, más
tediosa, más lumpen. La sociedad se empobrecía en todos los
aspectos. Y los gobiernos alentaban - desde vericuetos -
demagogia e improvisación, una forma de ser. Cada acto fue más
elemental, más absurdo, más enfermo. El virus ideológico y el
populismo tuvieron un campo maravilloso. Una burguesía caduca y
egoísta fomentaba una pequeña burguesía acomodaticia cuando no
nacionalista y fascista. Los golpes militares y los cívico-militares
fueron cada vez más sangrientos y crueles. Ellos fueron parte
fundamental para instalar definitivamente la decadencia. El horror
tiene sus reglas y sus secuencias. Los tiempos primitivos
balconearon la historia.
Aparecieron durante décadas milagros y embaucadores: San Perón,
Santa Evita, San Hugo Wast, San Gatica, San Maradona, Santa
Fanny, San Marrone, San Cayetano, San Guevara. El Gauchito Gil y la
Difunta Correa conformaban el santuario. Batuta y orquesta: llegan
los aplaudidores, llega la comparsa. Gregarios. El pueblo llora, se
enternece, se abraza. Desembarcan sectas y el pensamiento
autocrático. Y los argentinos continuaban casándose, comulgando,
sonriendo; bostezando; se recibían de pedicuros o de empleados
públicos, votaban, jugaban a las cartas, a la lotería. De pronto poseían
ademanes folklóricos, picardía criolla y Martín Fierro. La idiotización