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      declara Radin (2009) al sostener que algunas personas valoran la
      ciencia, otros valoran la espiritualidad y que es hora de volver a

      unirlas, permitiendo que cada rama se informe una de la otra sin
      debilitarse, sino fortaleciendo la comprensión general del individuo y
      de la realidad.

      De esta misma manera sostiene Maslow que no existe ninguna
      razón  para  que  la  ciencia  renuncie  a  problemas  como  amor,
      creatividad, valor, belleza, imaginación, compasión, moral y alegría,

      dejándolos del todo en manos de la dimensión dominada por los
      “no-científicos”, a los que Maslow menciona como poetas, profetas,
      clérigos, dramaturgos y artistas. Es posible que estas palabras (amor,
      belleza,  creatividad  y  demás)  puedan  ser  tomadas  por  poco
      académicas  o  escasamente  científicas,  pero  es  innegable  que

      refieren a experiencias inherentes a la vida del ser humano. Por lo
      tanto, al igual que se pregunta Maslow, ¿por qué habríamos de
      descartarlas de la ciencia o buscar subterfugios para nombrarlas?
      Felizmente, se comprueba que enfoques actuales que estudian al ser

      humano revalidan su dimensión espiritual y admiten cada vez más el
      uso de esta nomenclatura poco científica. Es de esperar que esta
      perspectiva ayude a reformular y aunar de una manera articulada el
      conocimiento  disperso  que  se  ha  ido  acumulando  sobre  el  ser
      humano a lo largo de los siglos.

      Los fenómenos espirituales como objetos de estudio científico

      William  James  (1902)  fue  el  primero  en  incluir  los  fenómenos
      espirituales  como  realidad  de  estudio  científico.  Junto  a  James,
      diferentes  autores  aportaron  estudios  críticos  que  pueden
      considerarse el fundamento de la psicología del espíritu (Valiente
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