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psíquica (Fromm) y hoy en día, un fanatismo o una retórica de
palabras bonitas (Valiente-Barroso, 2013).
Parece evidente que el estudio del espíritu es una dimensión que
muchos paradigmas de las ciencias de la salud han desdeñado o
simplemente evitado contemplar (Ferrández Formoso, 2019). Estas
visiones despersonalizadoras son criticadas duramente por la
psicología humanista. Las psicologías humanistas enmarcadas en
los conceptos de Maslow (1968) sostienen que el hombre posee una
dimensión espiritual con una tendencia innata a sobrevivir, a amar, a
la satisfacción de sus necesidades, a la sexualidad, al reconocimiento
del yo, a la trascendencia, a la autorrealización, a la integración y
mantenimiento del orden interno, a la actuación creadora y a
desarrollarse corporal y espiritualmente.
Pero incluso las mismas psicologías humanistas en sus diferentes
enfoques presentaron desavenencias respeto al real alcance de la
dimensión espiritual. Algunas de estas escuelas, expone Maslow,
acentuaron la dimensión espiritual, y en ésta la autorrealización del
yo, con exclusividad excesiva, hablando de un yo que se creaba por
las continuas y arbitrarias elecciones de la persona misma, casi
como si pudiera convertirse a sí misma en aquello que decidiera ser.
Maslow concluye que esta forma tan extrema de sobrevalorar el
espíritu en cuanto a la autorrealización del yo por las propias fuerzas
del deseo resulta casi con seguridad una exageración en directa
contradicción con los hechos comprobados por la genética y por la
psicología constitutiva (Maslow, 1968).
A diferencia de aquellos, los existencialistas no extremistas de hoy en
día enseñan que ambas facetas, material y espiritual, son