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nuevas tecnologías permitieron al hombre realizar pruebas objetivas
y replicar los fenómenos en laboratorio, las religiones perdieron su
voz en el campo de las ciencias. Pero, puesto que ya no podían tener
injerencia en los fenómenos del cuerpo y su mundo físico, las
religiones continuaron abocadas al estudio del mundo no físico, lo
que incluía todos los procesos anímicos y cognitivos de la mente y el
espíritu. Con el advenimiento de la psicología, que hunde sus raíces
en la filosofía y en la religión y que tomó como campo específico de
estudio la mente, las religiones quedaron aún más circunscriptas y
plantaron su campo de acción en el estudio del espíritu y sus
atributos.
Las enseñanzas espirituales tradicionales se focalizaron en las
dimensiones que dieron en llamar “superiores” del ser humano y
nada bueno llegaron a decir sobre las “inferiores” (Carrazana, 2003).
En efecto, casi todas las religiones crearon una dicotomía entre las
partes constitutivas del ser humano al referirse a partes “superiores”
y partes “inferiores” del ser y enseñando que el cultivo de la parte
“superior” exigía una renuncia y un dominio de la “inferior”.
Por su parte la psicología, que nació siendo considerada como una
ciencia del alma o filosofía de la mente, pasó finalmente a ser
considerada como una ciencia de la vida mental. A partir de
entonces, psicología y religión, que estudian a la persona en sus
dimensiones inmateriales, marcaron definitivamente sus límites.
De esta forma, la psicología y la religión se ocupan de regiones muy
diferentes del conocimiento humano. Sin embargo, en ocasiones la
psicología penetra en el campo de lo espiritual y algo parecido ocurre
ocasionalmente en el sentido contrario. Pero estas incursiones han