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Ese mensajero que sólo habla en nombre de sí mismo y nada
más, o de nada más como de sí mismo: el Mensajero de la Nada
y de sus misterios jamás revelados, por pudor o simplemente
por sadismo.
El medio es el mensaje y el lenguaje es metalenguaje, mandatos
que responden al mandato del apostolado y expansión por la
superficie terrestre que el metalenguaje que se lanza a sí
mismo. Y si en este principio, el mensaje es el medio, en su
descenso arrastrará consigo el sentido mismo.
El metalenguaje será un espasmo final del sentido, pero
también su gloria, su eternidad en el instante, su más exacta
expresión. Y vivir bajo el signo de la comunicación fraguada en
usinas del sentido ausente, dependerá de una sumisión
absoluta a unas disposiciones rigurosas que no serán posible de
transgredir.
En el relato diferido del metalenguaje, como podemos
apreciarlo en toda su magnificencia en el discurso de la política,
tan devaluado en su 'animus decrepitus', ni siquiera admite que
se plantee el problema de la libertad.
Se manifiesta la violencia que subyace al sentido. Encontrar el
sentido era justamente el desafío del enigma, cual
metalenguaje que inhibe. Si la diferencia entre nuestras
ficcionalizadas democracias procedimentales y los sistemas
totalitarios fueran tan flagrantes, hace mucho tiempo que
nuestro paraíso había absorbido su infierno.
Eso sí, convencidos los pueblos, en su justo derecho de marchar

