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manera insensible adquiere tintes de honesta trascendencia.
Nada inesperado pues se trata de dos iluminados que se
reconocen.
“¿Por qué -preguntó Abelardo-, las culturas están condenadas
a desaparecer después de repetirse?”.
“Porque no han estado capaces de enseñar al ser humano a
conocerse a sí mismo y en consecuencia a escapar de su
destino material”, -contestó don Alejandro-.
La respuesta paralizó momentáneamente a Gabancho, no en
vano, el dictamen del sabio catalán los hermanaba. Vidas
ligadas para siempre. El sabio argentino estaba convencido que
González Pecotche se convertía en la pieza capaz de cuadrar el
círculo del devenir humano.
La promesa de Gabancho de llevarlo a la Argentina sin duda
alargó una vida que en aquellos momentos colgaba de un hilo.
En efecto, fue la culminación de una vida dedicada a una única
pasión: explicar la claves que debían establecer el reinado de la
paz en el mundo y era la naciente cultura argentina la que debía
desvelar el arcano mejor guardado. Ella cobijaba esa corriente
de pensamiento, una filosofía ideal e idealista, que explica la
necesidad del ser humano de conocerse a sí mismo y que
además explica cómo conseguirlo. Solo de este modo era
posible romper con el fatal determinismo que señalaba la ley de
la historia. Así lo expuso en la disertación que tuvo lugar el 13 de
abril en la Fundación Rizzuto. A medida que desgranaba su
teoría se iba creando en la sala abarrotada una comunión, una
catarsis colectiva. El título de la misma, Argentina punto de

