Page 90 - Revista Amanecer Online AGO/SEP 2022

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consecuencia del mal comenzó a regresar. Pero el fantasma
sarcásticamente recrudeció afilando sus garras. Promoviendo
nuevamente el pánico entre los pobladores, atrapó nuevas víctimas.
La gente, enloquecida, volvió a abandonar la ciudad.
El día 26 de abril Mardoqueo apuntó: “Gastos del gobierno durante la
epidemia hasta el 24 de abril: 5. 965.831 pesos. Las familias
regresan. La fiebre aumenta.”
El clero fue el más atacado por el mal. Dado que muchos pacientes
eran abandonados por sus familiares, el Dr. Rawson, distinguido
médico sanjuanino, escribió: “He visto señores a altas horas de la
noche, en medio de la pavorosa soledad, a un hombre vestido de
negro caminando por aquellas desiertas calles. Era el sacerdote que
iba a llevar la última palabra de consuelo a un moribundo.”
Pero no hay mal que dure cien años ni nada eterno. Los alcances del
mal fueron descendiendo hacia fines del mismo mes, donde se
anunciaba que el número de muertos alcanzaba la cifra de 130. El
fantasma decidió abandonar el escenario del horror hasta
desaparecer a fines de mayo de 1871.
El número las víctimas que arrojó la terrorífica presencia fue
publicado por el desaparecido diario inglés “The Standard” que dio a
conocer la siguiente cifra, evidentemente exagerada: enero, 200;
febrero: l000; marzo 11.000 y abril 14.400; totalizando 26.000
víctimas. La lista levantó una oleada de indignación en la prensa
porteña. Mardoqueo Navarro, por su cuenta, llevaba un cálculo muy
diferente. Para este cuidadoso cronista las víctimas alcanzaban a
17.084.
El fantasma de la fiebre amarilla 89
La magnitud del desastre impide relatar cada uno de los hechos
ocurridos con la minuciosidad que caracteriza el interesante artículo
cedido por gentileza del Dr. Félix Luna. Solo me limité a sintetizar los
acontecimientos que consideré más relevantes.
Es fácil imaginar a la luz de los actuales conocimientos científicos --
- nada ajeno a los profesionales de entonces --- que el histórico
lugar de Parque de los Patricios, librado al azar, donde se comían las
sobras y se respiraba la maloliente cercanía del riachuelo, resultara
un apto escenario para el estallido de una epidemia que colmó de
espanto y muerte a la población entera.
Basta transitar por el extenso parque Ameghino que antecede a la
portada del Hospital Francisco J. Muñiz --- Cementerio del Sur
hasta 1871 --- y detenerse frente al monumento que custodia los
restos de los caídos por la epidemia de fiebre amarilla para conocer
el único testigo que nos queda de aquel maldito suceso. En el mismo
lugar donde hoy retozan los chicos, se dan cita las parejas de
enamorados, juegan a las cartas los ancianos o circulan atractivos
perros con sus paseadores, coexiste la tragedia.
Los que a diario hemos cruzamos el parque, rumbo a nuestras tareas
hospitalarias, conocedores del triste episodio que contribuyó a gestar
los cimientos del hospital, al rodear el monumento, no dejamos de
hincar nuestra emoción en un imaginario reclinatorio que mira hacia
el pasado.
Es posible que sin darnos cuenta, al transitar en silencio por el lugar,
les estemos rindiendo un merecido homenaje a los infortunados de
entonces.