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                                                                                          ruidosamente en San José a los gritos de “¡Abajo el tirano Urquiza!”.
                                                                                          “¡Viva el general López Jordán!” Urquiza está tomando mate debajo

                                                                                          del corredor y se incorpora por el bullicio, comienza a entender de
                                                                                          que se trata de un asalto y grita: “¡Son asesinos!”.

                                                                                          Corre a buscar un arma. Los asaltantes se acercan. El general les
                                                                                          espeta:  “¡No  se  mata  así  a  un  hombre  en  su  casa,  canallas!”,
                                                                                          dándole un disparo en el hombro al pardo Luna. Su ayudante y jefe
                                                                                          de Guardia del Palacio, coronel Carlos Anderson, testigo presencial

                                                                                          de los hechos, explica: “El tuerto Álvarez le tiró con un revólver y le
                                                                                          pegó al lado de la boca: era una herida mortal, sin vuelta. El general
                                                                                          cayó en el vano de la puerta, y en esa posición Nico Coronel le pegó
                                                                                          dos puñaladas y tres el cordobés Luengo, el único que venía de
                                                                                          militar y que lo alcanzó cuando ya, la señora Dolores y Lola, la hija,

                                                                                          tomaban  el  cuerpo  y  lo  llevaban  a  una  piecita,  en  la  cual  se
      proféticas: “La sangre de Peñaloza clama venganza, y la venganza                    encerraron con él yendo a acostarlo en la esquina del frente, donde

      será cumplida, sangrienta, reparadora como lo exige la moral, la                    se conserva hasta ahora, las manchas de sangre en las baldosas”.
      justicia  y  la  humanidad  ultrajada  con  ese  cruento  asesinato.  La
      historia de los crímenes no está completa. El general Urquiza vive
      aún, y el general Urquiza debe también pagar su tributo de sangre a

      la ferocidad unitaria, tiene que caer también bajo el puñal de los
      asesinos  unitarios  como  todos  los  próceres  del  partido  federal.
      Tiemble ya el general Urquiza; que el puñal de los asesinos se
      prepara para descargarlo sobre su cuello, allí, en San José, en medio
      del halago de su familia, su sangre ha de enrojecer los salones tan
      frecuentados por el partido unitario”.



      En el atardecer del 11 de abril de 1870, una partida de 104 hombres
      armados,  al  mando  del  coronel  Robustiano  Vera,  irrumpieron
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