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Con la caída de la Junta Central de Sevilla, último bastión del
poder español, ya no quedaban autoridades con derecho en
América, y constituyó el factor desencadenante para que los
porteños, luego de una agotadora jornada en el Cabildo Abierto
del 22 de mayo, desplazaran de su cargo al virrey Cisneros y
formen su propia Junta de gobierno. Pero la Revolución de Mayo
no significó la independencia de España, ya que la Primera
Junta gobernaría en nombre del rey cautivo hasta que cesara su
impedimento de regresar al trono.
Según definición del Diccionario de la Lengua Española
vigésima segunda edición, el vocablo revolución significa el
“cambio violento en las instituciones políticas, económicas o
sociales de una nación”.
Nadie tradujo mejor que Mariano Moreno, tal vez el cerebro más
lúcido de la Revolución, la voluntad “de asumir la organización
constitucional de un nuevo Estado”, considerando la posibilidad
de una unidad americana representada en la reunión de un
congreso distinto “del convocado por la Junta de Buenos Aires y
que representa sólo una parte de la América”, aunque sería una
quimera pretender que “todas las Américas españolas formen
un solo Estado, pues sería imposible entenderse y conciliar
intereses con las Filipinas o México” (Chiaramonte, 1997). La
revolución, era para el jacobino Moreno, la instauración de un
orden cuyos rasgos esenciales habían sido fijados por
Rousseau. Prefería “una libertad peligrosa a una servidumbre
tranquila”.
Las desigualdades que se produjeron en las colonias

