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Una nueva y gloriosa Nación: La revolución inconclusa                   3


      Independencia  de  Estados  Unidos  (1776)  y  la  Revolución
      Francesa (1789); y a partir de las invasiones inglesas de 1806 y
      1807 —que desnudaron la debilidad de España a la hora de
      proteger  a  sus  colonias  de  cualquier  incursión  extranjera—
      provoca  el  despertar  de  las  conciencias  de  los  criollos  que
      habitaban la Capital del antiguo virreinato.


      Es cierto que España estaba preocupada por el equilibrio del
      poder  colonial  en  las  Américas,  la  penetración  y  expansión
      británica y la preponderancia de los extranjeros en el comercio
      hispanoamericano,  pero  éstas  eran  consideraciones
      secundarias, síntomas de una enfermedad más profunda. La
      legislación principal del programa tenía poco que ver con los
      extranjeros, pero mucho con los propios súbditos de España. “El
      principal objetivo no era expulsar a los extranjeros sino controlar
      a  los  criollos”,  supo  describir  John  Lynch  en  su  libro  Las
      Revoluciones hispanoamericanas 1808-1826.


      Los dos años posteriores a 1808 fueron decisivos. La conquista
      francesa de España llevada a cabo por Napoleón Bonaparte, el
      sainete  de  las  abdicaciones  de  Bayona,  el  cautiverio  del
      “Deseado” Fernando VII y el implacable imperialismo de los
      liberales españoles, produjo un profundo e irreparable daño a
      las relaciones entre España y América. Los americanos tuvieron
      que ocuparse desde entonces de su propio destino: ya no tenían
      a los Borbones, no querían a Napoleón y no se fiaban de los
      liberales.


      El 25 de mayo se produce en el Río de la Plata la quiebra del
      deteriorado sistema virreinal, el desconocimiento del Consejo
      de Regencia como soberano y la constitución de una nueva
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