Page 76 - Revista Amanecer - Octubre 2021
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      madera) y a diez, del cruce de las calles   San Juan y Boedo
      (cantadas por el tango).   A eso de las cuatro de la mañana
      algunos días me despertaba ese sonido. Aparecía entonces una
      mano  que  me  tocaba  suavemente,  y  la  voz  de  mi  madre:
      “dormite, son las chatas sobre el adoquín, de los carniceros que
      van al matadero”.


      ¡Que barrios aquellos! Cada hora en la noche, sonaba un silbato
      “tuiiiiii...” era el “botón” o policía que hacía ronda   y tenía
      parada cada dos cuadras y el compañero vecino le respondía
      indicando que todo estaba en orden.

      Qué cuidados nos sentíamos. Ellos, los “vigilantes” no podían
      subir a la acera, sólo se desplazaban caminando por la calle. Era
      un amigo, conocíamos su nombre. “Si te perdes o tenes un

      problema  habla  con  un  agente”,  decían  los  mayores.  Los
      panaderos  lo  premiaban  alcanzándole  alguna  factura.  Por
      supuesto, su frase más famosa frente a un bar era: “no puedo
      tomar, estoy de servicio”.



      En la “yeca” (calle) el negocio era caminar
      Otra  visión  fascinante  eran  los  vendedores.  Uno  de  ellos
      caminaba  siempre  con  unos  tachos  grandes  y  redondos
      puestos  en  la  cabeza,  protegida  con  una  almohadilla,  y  un
      trípode de madera en la mano.   Se paraba en la esquina y
      gritaba: ¡Pizza, hay pizza….pizerooo! Estaba fría por supuesto,
      de cebolla sola; de tomate, ají y cebolla picada (era la “de
      cancha”), o el lujo, la de salsa de tomate con anchoas.


      En  las  plazas  barriales  de  juegos,  podía  verse  aún,  alguna
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