Page 60 - Revista Amanecer Online Abril 2022
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      Para el siglo IV, la religión del Imperio Romano fue cambiada ante el
      proselitismo y poder incontenible del nuevo culto originario de Galilea,
      región septentrional del territorio judío. En consecuencia, no hubo
      lugar para seguir creyendo en una vieja tradición grecorromana que

      ya se refugiaba en la rusticidad del campesinado, que ese es el
      significado primigenio de la palabra pagano (de paganus, aldeano,
      rústico; y a su vez de pagus, aldea). Esa noción peyorativa (“el
      campesino, el aldeano… es ignorante pues todavía sigue creyendo
      en Júpiter o Zeus”) probablemente aceleró el triunfo de la cristiandad.

      Para la parte más prominente de la sociedad romana del siglo IV los

      dioses antiguos carecían de significado, eran cosa caduca. De ahí
      que todo lo que se decía de ellos en la Ilíada (y en otras obras griegas
      y romanas) no era más que una mitología, un mero engaño.

      No  obstante,  la  Ilíada  siguió  siendo  admirada  por  su  exquisitez
      literaria y, de hecho, comentada o analizada por los eruditos y leída

      por la gente culta, quienes continuaban viendo en sus veinticuatro
      rapsodias una obra maestra, tal como todavía se la considera.


      EL SIGLO XVIII: UN CAMBIO DE ACTITUD


      Pero con la llegada del llamado siglo de las luces (el XVIII) y su
      obsesión a desechar todo aquello que no respondiera a una ortodoxa
      demostración científica, la Ilíada sufrió un golpe aún más grave. Ya no
      era  una  mera  religión  circunstancial  (la  cristiana)  que  destruía
      divinidades caducas en medio de una tormenta doctrinaria sino que
      ahora se daba algo peor: la ciencia, la expresión máxima de sabiduría

      contemporánea, aniquilaba toda la historia cantada allí por Homero.
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