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AMANECERONLINE A medio siglo de la publicación de Las tumbas 23
con la misma desesperación del bebé que es arrojado a una piscina y
nada, anhelante, recurriendo al mágico “estilo perrito” buscando la
orilla salvadora, como si ella fuera la meta que otorga el diploma de la
adultez.
Porque esa es la cuestión, simple cuestión. Ya sea en los 90 que a
usted le preocupa, como en el tiempo de Homero, Virgilio, Dante,
Céline, Shakespeare y todos los que ya sabemos. Sin olvidar, claro
que no, a nuestros mayores, que se merecen toda nuestra devoción,
como José Mármol, Sarmiento, Echeverría, Eduardo Gutiérrez,
Marechal, Víctor Guillot, Ernesto Sábato, Victoria Ocampo, Mallea,
Alfonsina, Bioy Casares, Martel, Barón Biza, María Esther de Miguel,
Kordon, Borges que todo lo sintetiza, y el resto que usted y cada
lector quiera agregar. Todos, creo yo, todos escribimos para
salvarnos, ya sea en los 90 como en cualquier tiempo, recobrado o
no recobrado, tiempo nuestro que, como también dijo Octavio Paz en
aquel discurso: “el tiempo nuestro es el de la historia profana”. Y ya,
de inmediato, dejó de lado los tres mosqueteros y las lecturas
ingenuas para cabriolar (del mismo modo en que el general Perón lo
venía haciendo en el exilio) sobre que los recursos naturales no son
infinitos y que un día colapsarían, y arremete contra las armas
nucleares y la perversa contaminación de las cosas que son
esenciales al hombre y la naturaleza que nos contiene. Tampoco se
le escapa vociferar que la industria del consumismo sólo consigue
que una cosa se compre, se use y se arroje al basurero, dando a
entender así que nuestra muerte colectiva será un fruto previsible de
nuestro presente. Paz no adjetiva “fruto”, pero para el lector
desprevenido (más en este tiempo y desde el país en el que estamos