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Actualmente, podemos notar un significativo deterioro de la
participación ciudadana provocado por el descreimiento hacia la

clase política, cuyo ejemplo más claro lo palpamos en las
precandidaturas, donde los partidos para ganar votantes tejen y
destejen alianzas privilegiando un nombre en lugar de un proyecto, o
recurriendo como último recurso a regalar “platita”.

Respecto a las políticas culturales, el Estado debe orientarlas a la
comunidad y a los trabajadores de la cultura. Para mí, son

escasísimas, no se ha tomado conciencia de la importancia política
que tiene la cultura, el despotismo ilustrado del siglo XVIII le dio
mucha más jerarquía, pues ejerció una gran influencia en aspectos
científicos, económicos, políticos y sociales de la época. Este tipo de
pensamiento se expandió en la población y se extendió por los

hombres de letras, pensadores y escritores que creaban nuevas
formas de entender la realidad y la vida actual. De destilar cultura
hasta por los poros, nos convertimos en meros importadores de la
misma: San Valentín, Halloween y San Patricio; del mismo modo que

continuamos siendo el mismo país de la economía primaria
exportadora e importador de manufacturas en que nos convirtió la
Generación del 80. El lugar por donde entran las únicas divisas al país
y que el gobierno nac and pop no se cansa de atacar y castigar con
odio y retenciones.

Hoy se cultiva la cultura de la birra y el tetra, la jarra loca y las pibas,

lo’ pibe’ chorro’ y el caño, el piquete y el okupa, el acampe y los
planes, pero la cosa se complica con el paco, la pasta, drogas duras,
metanfetaminas y el crecimiento indiscriminado de las villas. La villa
es para muchos el lugar de la miseria, la droga, la delincuencia, la